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Burela y los archivos akásicos

Eduardo A. Domínguez Vilar.- Cuando la Historia –así en mayúsculas- como ciencia, llega a ese punto de incógnita que raya en el misterio, y solamente la leyenda ancestral es el único testimonio que supervive como producto de una transmisión mayoritariamente oral, a la que tiene acceso el investigador consecuente e imparcial, lleno de objetividad y libre de prejuicios, así como de posibles ataduras más o menos demagógicas político-sociales, surge ante el mismo como emergente presencia, la impronta esotérica que nos transporta más allá de esa Historia formal escrita conocida , para llevarnos casi de manera inexorable, a entrar en esa especie de escuela del “Realismo Fantástico”, la cual en su día difundieron haciéndola muy popular, Lois Pauwel y Jacques Bergier, con su obra, “El retorno de los brujos” la cual vino a marcar como una especie de hito, para que se pudieran asentar las bases y premisas, para que sin tener que avergonzarse en absoluto, poder dar inicio a otros caminos bien distintos a los usados y trillados de algunos métodos en uso, con el único fin y objetivo, de tener acceso a esa realidad aun desconocida, pero no por ello menos real, veraz y cierta que la que parcialmente se ha podido llegar a conocer. Precisamente por esos mismos caminos, aun muy poco transitados, llegamos a determinadas situaciones y hechos procedentes del pasado, que llevan intrínsecas una especie de trascendencia que podríamos denominar y estimar como transcendencia cósmica, al acercarnos con afán de discernimiento cabal, a determinadas leyendas y tradiciones muy antiguas, como las que nos hablan de Lemuria o el “Continente Perdido” de la Atlántida, y que indefectiblemente todo ello, nos remite en algunas y muy determinadas ocasiones a los llamados “Archivos Akásicos” a los cuales solamente, algunos iniciados sabios, parece ser han tenido acceso.

A los oyentes que probablemente ignoren, la temática de los mencionados “Archivos Akásicos”, posiblemente en otra ocasión, podríamos tratar de explicarles en que consisten los mismos, de que tratan y donde están realmente ubicados, pero mientras no llega ese momento propicio idóneo, permítaseme eludir las cuestiones metafísicas de tales archivos en sí, para pasar a tratar con mayor detalle y profundidad el tema objeto principal de este articulo.

Todo lo anterior, viene a colación, debido a que según esa escuela citada del “Realismo Fantástico”, en los mencionados “Archivos Akásicos”, aparece el nombre de Burela, haciendo referencia a un lugar situado geográficamente en lo que hoy conocemos por Galicia, y que ocupaba en una época concreta determinada, como la que se refleja en tales Archivos, una superficie algo mayor que lo que es hoy en día es el actual Concello de Burela; hecho este, del que estoy casi seguro, es ignorado por una inmensa mayoría de los actuales ciudadanos bureles, incluidos los tan eruditos y prolíficos historiadores que, últimamente le están saliendo por doquier a la fecunda Burela, alguno de los cuales, por el mero hecho de haberles dejado husmear un poquito por acá y otro poquito por acullá, se han creído ya autosuficientes para pontificar con sus subjetivas investigaciones, hasta tal punto de que hemos podido observar con un cierto asombro, como hasta han tenido el atrevimiento de escribir en base a pésimas fuentes e investigaciones, sobre nuestra querido pueblo, sin percatarse de sus reiteradas meteduras de pata y olvidos que no procedían. ¡Lamentable, pero cierto! La culpa de lo anterior, no es del todo de tales historiadores foráneos, sino de algunos políticos de turno también forasteros, aquí asentados que, se han creídos llamados para actuar como salvadores y redentores de la verdadera historia de Burela, que dicho sea de paso y en el mejor de los casos suelen ignorar en su origen, porque por lógica aun no han tenido tiempo de aprenderla, muy a pesar de su incursionísmo político en realidad tan nefasto, caótico y desastroso, como el que hemos padecido aquí en Burela en estos últimos años, bajo el bipartito personificado en el socialista Alfredo Llano y la nacionalista, Neves Cando.

Y volviendo a retomar el tema que nos ocupa, diremos que siempre y según esos mismos “Archivos Akásicos”, aquella Burela que en ellos se menciona, estaba nítidamente delimitada, por unas peculiares corrientes de tipo telúrico y unida por una especie de corredor submarino, precisamente con esa mítica y fabulosa Atlántida de la cual nos hablan y dan referencias, algunos autores clásicos de la antigua Grecia. Esa especie de unión en forma de corredor submarino con la Atlántida, que afloraba a la superficie en aquella Burela mítica del pasado, milenios antes incluso de que Galicia se conociera por tal nombre, y mucho antes de que llegara a ser la Patria de Breogan; incluso antes de que viniera a existir el Imperio Romano, cuando aún no tomaran cuerpo ni existían las lenguas romances derivadas del latín, incluida por supuesto la hermosa lengua que como bien dijo el poeta, es la “lengua en que garulan os paxáros e na que falan os anxeles os nenos”; es decir, la lengua gallega; Burela ya existía como asentamiento milenario, de hoy para nosotros, herméticos conocimientos y avanzadas ciencias y cultura, y que según la mística de la tradición akásica de referencia, esta se concentraba en su actividad de una forma muy concreta y específica, en lo que hoy conocemos como la zona de “Os Castros”; zona donde casualmente fue hallado el conocido “Torques de Burela”, que hoy se puede admirar en el Museo Provincial de Lugo.

¿Quiénes eran aquellos habitantes que poblaron Burela en tiempos lejanos en los albores de otras civilizaciones pasadas aun desconocidas?…¿Eran realmente atlantes aquellos pobladores?…Las incógnitas aumentan nuestra humana curiosidad, y a la vez llegan hasta nosotros unas evidencias de ese pasado lejano que lleno de misterios, nos reta a investigar y a considerar dichas evidencias. Hoy sabes con certeza, de que el clima de Burela, al igual que el de otros muchos lugares, fue muy distinto al de su clima actual, por ello en la falda del Monte Castelo abundaron en otros tiempos los viñedos, y el roble tenía una presencia privilegiada en la amplia zona que hoy conocemos por “Vilar”, y que se extendía hasta cerca de “Os Castros”, lugar donde al llegar cada año con cronológica precisión, el solsticio de verano, tenía lugar la celebración de una singular ceremonia, de un origen ancestral y casi semejante, pero no igual, a lo que se conoce como, “La Coronación del Roble”, ceremonia que utilizaba una especie de liturgia, la cual posteriormente fue recibida como un legado y herencia, por una determinada tribu de cultura Celta que vino a afincarse en Burela, -posiblemente la conocida por tribu de los “xoestriños”-, que convivió con aquella etnia o raza que milenios antes que la citada tribu Celta, llegara a Burela; tribu, cuyas características –siempre según los datos provenientes de los Archivos Akásicos-, era que de la misma formaban parte, un nutrido grupo de élite de Druídas de los más doctos y sabios del mundo Celta, quienes pasaron a ser los depositarios de aquel saber ingente milenario, procedente de unos pueblos y culturas lejanas muy avanzadas, que fueran en su día ya muy lejano, el patrimonio de avezados conocimientos y esplendor, de aquella raza o etnia, hoy para nosotros aun desconocida en cuanto a sus orígenes y procedencia, que fue sin lugar a dudas la que pobló y habitó Burela, cuando esta al parecer, se encontraba unida de alguna forma, por medio del ya mencionado corredor submarino, con Lemuria o la Atlántida. Aquellos Druídas fueron también los “nuevos” por así decirlo, sacerdotes oficiantes, cada solsticio de verano, de “La Coronación del Roble”; fecha en la que además estos, procedían a señalar con marcas visibles, los puntos y lugares de los que fluían de forma especial, una especie de canales energéticos, en los que parece ser, se encontraban aquellas corrientes telúricas que utilizaban para fines terapéutico-curativos, así como para algunos fines místicos concretos, de ahí que existan indicios más que razonables de que llegaron a conocer los secretos y la consecuente praxis de una auténtica medicina holística fundamentada en la bioenergética, al haber superado ya en aquellas épocas la actual medicina alopática o galena, dando muestras de poseer unos profundos conocimientos no sólo anatómicos del cuerpo humano, sino que a estos unían también otros conocimientos de una anatomía que llegó a conocer todos los canales energéticos por donde circula la energía sutil y de lo que quizás sea un vestigio de lo que en los sistemas de la medicina oriental, se conoce como energía “Qui” que como sabemos algunos sistemas terapéuticos orientales como la Acupuntura o el Chi-Kum tienen por base y fundamento.

Aquella ceremonia cumbre e iniciática de la “Coronación del Roble”, era fabulosa y de un rico y hoy perdido simbolismo, en el que participaba el llamado Gran Druída, como oficiante mayor, y junto a él, una doncella que de un modo similar al de una Gran Columba, egipcia, totalmente vestida de blanco, llevando un tocado sobre su cabeza, muy similar al de las mujeres sacerdotisas del antiguo Egipto; tocado también de color blanco sujeto con una especie de diadema de oro puro. El Gran Druída, después de coronar a un viejo roble con guirnaldas, luego llegada la noche, y alumbrados los reunidos entorno al fuego central de una hoguera, tomaba entre sus manos una espada muy característica, cuya hoja era de un metal más duro que el acero, y su empuñadura de oro puro y de una especie de metal parecido al platino iridiado, figurando en dicha empuñadura, unos símbolos y signos propios quizás de la cultura atlante o lemúrica, y portando el mismo Gran Druída, en el dedo corazón de su mano derecha, lo que se conoce como el Anillo Atlante de místicas y esotéricas connotaciones, hoy totalmente perdidas para nuestra cultura occidental. Y así de tal guisa, aquel Gran Druída celebrante, de aquella especie de liturgia sagrada oculta y sabiamente hermética, hacía alusión a los orígenes de la humanidad, para acto seguido señalar con aquella espada ceremonial, cada uno de los cuatro puntos cardinales, y en cada uno de ellos, hacía una especie de invocación, en una lengua hoy para nosotros totalmente desconocida, y al final de la misma pronunciaba en dicha lengua, una palabra que significaba “Paz”. Todo esto lo llevaba a cabo el Gran Druída que oficiaba el ceremonial, con una peculiar sonoridad, en esa lengua velada por el transcurrir de los siglos, que según algunos iniciados dicen, era la lengua vernácula de los desaparecidos Atlantes, que ya en la época del Gran Druída que realizaba el solemne, no era propiamente dicho, la lengua de aquella tribu Celta, sino que era la lengua que, aquel remanente de los sabios Druídas utilizaban, para transmitirse entre ellos sus conocimientos, y que también solamente la empleaban en algunas de las más solemnes ceremonias y rituales.

Todos los vestigios pertenecientes a un pasado, donde la ciencia, la tecnología y la cultura, pudieron con toda probabilidad, haber sido muy avanzados; es decir, un pasado de auténtica paz y progreso que hoy no podemos ni vislumbrar, ni imaginar al hallarnos sin tal vez percatarnos de ello, limitados por una metodología un tanto obsoleta que en modo alguno nos sirve para poder percatarnos ni por asomo, de aquel glorioso y ancestral pasado, por ello la única memoria fiel de todo aquello, continua fielmente custodiada en los citados Archivos Afásicos de una forma perenne e imborrable, pero también a la vez hoy hermética y ciertamente inaccesible para la gran mayoría, y según esos Archivos imborrables de aquel pasado milenario lejano, Burela era un lugar de privilegio habitado por los “burívidas”; de ahí que por ello, en su verdadera toponimia akásica sea literalmente: “esta tierra que habitan los burívidas” y no venga en absoluto significar, otras posteriores de connotaciones tan diferentes. Aquellos burívidas, eran sin duda los singulares pobladores que pertenecían a una civilización más antigua en el tiempo y en la historia, que la tribu Celta que posteriormente llego a habitar Burela, tal y como ya hemos dicho anteriormente.

Una civilización, cuanto más avanzada es, puede muy bien llegar a desaparecer, sin dejar rastro ni evidencias físicas de su existencia y de su ubicación y presencia concreta, siendo reemplazadas las pruebas físicas de esa su presencia, por la leyenda y por la tradición oral, porque la leyenda no suele surgir jamás de la nada, y existe siempre algún hecho ocurrido en un tiempo histórico pasado que, le ha dado pié y es su base y su origen; hechos concretos específicos que han tenido lugar realmente, pese a su fabulación fantasiosa posterior; quizás, por esa circunstancia, aquel conocido burelés, hace ya años fallecido, conocido por el señor Manuel “de Pron”, a quien muchos vecinos de Burela aún recuerdan, me relató en varias ocasiones, una fantástica historia, con relación a aquellos pobladores primitivos de Burela, de los que él había oído en su infancia y destacaba de los mismos, tal y como a él le habían contado sus antepasados, el peculiar “encanto” que aquellas gentes que poseían, “encanto” que les provenía, según relataba el señor “de Pron”, “de unha fonte onde se producía cada ano un encantamento”. Él, ignoraba que iniciados en la sabiduría mística esotérica hermética de la antigüedad relataron cosas similares, con referencia a la “tierra de los burívidas”, con base, según tales iniciados, en los ya referidos Archivos Akásicos, por ello no deja de ser sorprendente tales coincidencias. Algo de ese ancestral “encanto”, laboriosidad y sacrificio ha podido quedar prendido en la herencia genética de algunos bureleses, pues tales cualidades se pueden apreciar en los magníficos relatos que nos ofrece en la fecunda obra vertida en sus libros, el también sacerdote como Don Ricardo Pena Domínguez y actual Cronista Oficial de Burela, Don Benjamin González Quelle, quien con su prolífica poesía y narrativa, nos da a conocer ese sentir fraternal y “alma mater” genuinamente burelés, cuyas raíces trasciende generaciones y generaciones, tal vez para ir a parar en sus raíces a aquel pasado ignoto, celosamente guardado a lo largo de los tiempos, en esos Archivos Akásicos.

Hace ya muchos años –unos veintiocho o treinta, tal vez algunos más-, yo mismo también escuche por boca de Don Ricardo Pena Domínguez, ya fallecido, quien fuera sin duda, nuestro muy ilustre, querido y recordado, primer Cronista Oficial de Burela, y todo un burelés de pro, hablar de una determinada “ara sacrifical” de piedra, ubicada en un monte de Burela; “unha ara sacrifical moi antiga”, según palabras del citado historiador y cronista burelés, quien dicho sea de paso, sí escribió un excelente y magistral libro sobre Burela, que tiene todo un elocuente titulo: “Burela. Apuntes Históricos y Crónica del Siglo XX”. El citado libro, contrasta con la mediocridad de lo que según mencioné, se publicó con políticos alardes publicitarios recientemente. ¿Fue esa ara que citó Don Ricardo en su libro, la que utilizaron aquellos habitantes que poblaron la Burela de otra época, muchos años; tal vez milenios, antes de que naciera el cristianismo?… ¿Habrá una respuesta para estas interrogantes?…Llegados a este punto, hay que señalar, el que para aquellos iniciados esotéricos, que se agruparon en determinadas ordenes y fraternidades iniciativas, místicas y filosóficas del pasado, en la época del antiguo Egipto, y según parece en la misma época en que se construyeron las Pirámides, tuvieron acceso y bebieron de aquellas fuentes de sabiduría que solamente se dispensaba en las denominadas, “Escuelas de los Misterios de la Vida”; y según alguno de tales iniciados, Burela siempre apareció ligada a míticas y avanzadas culturas, con tradiciones que van más allá de la cultura propia de los pueblos de origen Celta, y que esos supuestos sacrificios, no eran sacrificios humanos, ni de animales, al igual que los que proliferaban en las religiones de los pueblos de la antigüedad, sino que por el contrario, eran rituales iniciático, hoy completamente desconocidos para nosotros, pero con fines concretos, y al respecto, uno de aquellos hombres iniciados, nos dejó escrito: “Semella que xurde da eternidade, con arela indecible é inmortal. É o berro ignoto e belido, que cabalga na raza don chan -al parecer en una clara alusión a Burela- e nos chama dende o fondo da noite do Cosmos sen fin, é nos fala da Atlántia perdida, é nos xungue coma unha espiral, para lembrar en nos destiños sagros, de pobo Celta peregriño cósmico, e terra de eterno amencer ”. Así lo recogió años más tarde un Gran Druída celta, quien a su vez lo fue pasando a sus sucesores, en las distintas lenguas que se han venido utilizando desde entonces en la Patria de Breogán, hasta que tales palabras quedaron plasmadas en lengua gallega en nuestra época actual, en virtud de aquel legado milenario histórico que se pierde en el tiempo, pero que está recogido y presente en esos Archivos Akásicos imperecederos; archivos, a los que cabe recordar, sólo muy de cuando en cuando, algún escogido y preclaro iniciado ha tenido acceso, con el propósito al parecer, de que esa memoria del pasado ligada a Burela, no llegue a perderse del todo, por alguna razón que aún no nos ha sido dada a conocer.

Galicia, 2 de junio de 2013.

Eduardo A. Domínguez Vilar

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