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Diez palabras bellas, para una época de crisis

Eduardo Andrés Domínguez Vilar.- En el principio según nos contaron, fue la palabra creadora. Y según algunos al final será la palabra acusadora, la palabra justiciera. Siempre la palabra, de un extremo a otro del tiempo y de la eternidad, que es ese tiempo sin tiempo del calendario sin fin en el que un día surgió la Palabra, así con mayúscula. Esa Palabra excelsa que ha venido a formar nuestros pensamientos, así como una serie de palabras vinieron a formar las más variadas lenguas o idiomas, como por ejemplo todas las que han formado nuestra lengua gallega; lengua que el poeta la definió así: “Fala de miña nai/ Fala armoñosa/ Idioma en que garulan os paxáros/ E na que falan os anxeles os nenos/”

¡Maravilla el pensar que lo que nos hizo humanos, fue precisamente la Palabra!

A mediados del mes de octubre del año 2001 –hace ya doce años-, recuerdo que tuvo lugar en Valladolid, el Segundo Congreso de la Lengua Española. Fue aquel, todo un Congreso de la palabra del idioma de Cervantes inolvidable. Una reunión de especialistas, llegados de numerosos países, con la única intención de limpiar la Palabra de tantos hedores como hoy arrastra y volverla a sumergir en sus limpias aguas. ¡Que hermosa y sana intención!

Los señores académicos y otros intelectuales de talla que asistieron a ese segundo Congreso, eligieron diez palabras como las más bellas del idioma español: amor, libertad, alba, melancolía, amigo, belleza, mar, luz, silencio y paz. Y creo que esas palabras, no son solamente las más hermosas del idioma castellano, sino que también lo son de nuestra lengua gallega.

De las diez palabras seleccionadas, sólo una de ellas, es más o menos negativa; la palabra melancolía. Decía el ilustre Dr. Gregorio Marañón, que la melancolía es una larga tristeza que puede hacer al individuo morir de pena; como gallego y emigrante, yo creo que esta palabra del idioma de Cervantes, es igual a nuestra palabra gallega “morriña”, que es esa especie de nostalgia existencial, la cual tantos de nosotros hemos padecido alguna vez estando lejos de nuestra tierra, de forma muy especial, aquellos que hemos sido emigrantes durante largos años; de ahí que nos sea conocida en carne propia la definición que, tan acertadamente hizo de la misma el Dr. Gregorio Marañón, y que en su día, la letra de una canción cantada por Julio Iglesias evocó así: “Teño morriña, teño saudade, de estar tan lonxe de esos meus lares…”
Las nueve palabras restantes son maravillosas y se refieren a un mundo muy poco parecido a este en el que vivimos actualmente, pues son todas ellas más apropiadas e inherentes, al mundo que estaba tal vez en la mente que se nos oculta tras la creación del Universo, por ello en ese Libro denominado de los origines, y que conocemos por el nombre de Génesis, se pone en boca de esa mente creadora las siguientes palabras: “Dijo Dios” (Libro de Génesis capítulo 1, versículo 3). Y aquella mítica Palabra, puso en movimiento el Tiempo y la Historia. Ese Tiempo y esa Historia en la que estamos inmersos y que según determinados hombres de Ciencia, surgió tras aquella gran explosión que denominan “Big Bang”. Por ello, esas diez Palabras más hermosas elegidas en aquel Congreso de la Legua celebrado en Valladolid, hace doce años, nos vienen hoy a evocar, cuando estamos inmersos en una profunda crisis, no sólo económica, sino también de valores, un mundo en que el amor fuera la más noble fuerza del espíritu; un mundo donde el limite de nuestra libertad fuese la libertad del otro; un mundo formado por pueblos cuyos moradores alabasen todo lo supremo y sublime, como lo alaban todas las estrellas del alba. Un mundo que nunca permitiera crecer la hierba dañina en el camino de la amistad; un mundo que llevara la belleza en los ojos y la descubriera en cualquier dirección que estos giraran; un mundo sin tempestades semejante a un mar en calma; un mundo que distinguiera de verdad la luz de las tinieblas, el imperio del bien del imperio del mal; un mundo que exaltara y viviera la grandeza del silencio; un mundo en el que todos sus habitantes sin excepción tuvieran la paz en la mente y en sus corazones, como se tiene el espíritu del soplo divino.

Esas diez palabras bellas destacadas por los intelectuales reunidos hace ya doce años en Valladolid, juntas todas, nos devolverían el Edén perdido cuando el orbe recién amanecía.

¡Qué bonito es soñar!

Eduardo A. Domínguez Vilar
Obispo – Diócesis Iberoamericana de la A.O.C.

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