Es por ello, y a pesar de las obras de reparación y restauración citadas, en la Iglesia de la Natividad; y a pesar de las peleas habidas, entre algunos miembros del clero, pertenecientes a las tres ramas cristianas que comparten la propiedad de la Iglesia de la Natividad, que son; la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Ortodoxa Griega y la Iglesia Ortodoxa Armenia, teniendo que señalar por mi parte, debido a que en cierto modo me concierne que, precisamente, de las dos últimas Iglesias Cristianas citadas, – y lo menciono a modo de dato histórico complementario -, junto con la Iglesia Anglicana y la Iglesia Episcopal de Irlanda, proceden algunas de las Ramas de Sucesión Apostólica que se me trasmitieron, por medio de los obispos que participaron en mi Consagración Episcopal, el día 5 de octubre del pasado año 2012, allá en el país del chicle y de la Coca-cola, en el Estado de Carolina del Norte; hecho que siempre recordaré, ya que al saberse y ser consciente uno, que forma parte desde entonces, como un eslabón más, de esa Sucesión Apostólica ininterrumpida y preservada a lo largo de tantos siglos de Historia Cristiana, ya que esas Ramas de Sucesión Apostólica, nos entroncan con los orígenes de una fuente apostólica determinada, y que ha sido preservada a través de los siglos, a pesar de todas la incidencias y avatares habidos a lo largo de los siglos transcurridos. Y por eso, cuando uno se percata de ese don y legado que recibe, en dicho momento de su consagración, fue para mi –y creo que para una gran mayoría de quienes en el transcursos de dos milenios, experimentaron más o menos lo mismo -, un verdadero hecho impactante, único y especial que nos abruma y nos impresiona a la vez, al tiempo que nos deja conscientes, de la gran responsabilidad que en esos instantes hemos asumido, para el resto de nuestra vida; tal y como así me lo han confirmado en varias ocasiones, obispos que ejercen su episcopado, en aquellas Iglesias que forman la cristiandad, y son depositarias de ese legado preciado que, es sin duda la Sucesión Apostólica en sus diversas ramas, tal y como sucede en la Iglesia Católica Romana, y en las distintas Iglesias Ortodoxas dependientes de sus respectivos Patriarcados, lo mismo que en todas aquellas Iglesias Anglicanas o Episcopales, que integran las distintas jurisdicciones existentes en el mundo.
¿Y por qué motivos hice las anteriores precisiones? Las hago precisamente, porque aquel niño que nació en Belén, fue quien años más tarde llamaría a sus discípulos y de entre ellos, elegiría a sus apóstoles, como testigos únicos de su vida y obra, constituyéndolos en los fundamentos y columnas de su Iglesia, y esos apóstoles después, elegirían a quienes tendrían que ejercer el ministerio como obispos en la misma Iglesia que Jesús mismo fundó, siendo él mismo la base o roca sólida; la “piedra del ángulo” de su Iglesia; sobre dicha “roca” se alzaron las columnas que son los apóstoles, y ya sobre esas, los obispos, para continuar su ministerio en la Iglesia de Cristo, hasta el fin de los tiempos; de ahí la siempre actuales y necesarias ramas de Sucesión Apostólica legitimas que han venido a corroborar a lo largo del tiempo, toda la esencia y realidad vigente hasta nuestros días, de la pervivencia de aquella Iglesia que se inauguró de forma oficial al mundo aquel día de Pentecostés, en el año 33 de nuestra Era, y cuyo fundador fue aquel niño Emanuel nacido en Belén.
Y ya formuladas y expuestas, las anteriores precisiones, nuevamente como dice el popular y viejo himno cristiano; “…a Belén marchemos”, para concertar desde allí, un encuentro con el más grande evento de la Historia; un evento que nos reta y se nos presenta con connotaciones de transcendencia personal y a la vez también cósmica, pues desde la primera vez que oímos lo que sucedió en la aldea de Belén hace dos mil años; nuestras mentes, la mayoría de las veces, siempre nos han jugado una mala pasada, particularmente a quienes hemos nacido y crecido en países de una secular tradición católico-romana y también en determinados países de tradición protestante. Por ser así, lo que el evangelista
San Lucas nos relató en el Evangelio por él escrito, con respecto a la cueva de Belén, nosotros lo hemos convertido en un cuadro familiar y costumbrista de inspiración un tanto decimonónica, que pudiera quizás impedirnos el ver como uno debería de hacerlo, esa transcendencia personal y cósmica a la que he aludido.
Como un ejemplo de lo anterior, cuando en mi tierra gallega, nosotros oímos la palabra “pesebre”, casi de forma automática, pensamos en un granero atemperado y abrigado, en plena montaña de “O’Cebreiro” en la provincia de Lugo. Si fuésemos alemanes, nos imaginaríamos una escena con abetos y a una criaturita recién nacida, rubia y de ojos azules en una cuna. En mi país de adopción, en el hermoso Departamento del Magdalena y no muy lejos de la antigua ciudad colonial, conocida como “La Perla del Caribe”, que es la Ciudad de Santa Marta, (conocida además también, por “la ciudad dos veces santa”), ubicada en pleno centro del Caribe, los indios que habitan en el Departamento de esta hermosa capital samaria, y allá en la denominada “Ciudad Perdida”, ven ese mismo “pesebre” como si fuese una cabaña típica de la región, ubicada en plena Sierra Nevada colombiana. Y así, cada pueblo y cultura, nos ha ido legando su tradición con su visión peculiar, de lo que conocemos como el gran Misterio de la Encarnación.
Pero la realidad es que el evangelista Lucas, nos describió una simple casa sobre el camino. Tal vez las vides estarían quemadas por el sol del verano y la tierra sería pobre ese año, y el dueño de esa casa, tomaría pensionistas quizás para hacer frente al alquiler, pues también en aquellos lejanos tiempos, el país estaba atravesando por una crisis severa. Según parece, el paso de los siglos no dotó a la humanidad, ni a sus gobernantes, de las dotes políticas necesarias, ni de la sabiduría precisa, para poder evitar así, crisis como la que actualmente padecemos, hoy, aquí y ahora. En esa casa-posada que nos relata San Lucas en su Evangelio, nos describe en los bajos de la casa-posada, una caverna o gruta que daba abrigo a las vacas y a las ovejas. En la parte de arriba de la misma casa, es donde se encontraban los cuartos para la familia y para algunos visitantes. Sencillo como esto, sin embargo, Belén ostenta todavía docenas de habitaciones antiguas de este tipo.
La noche descrita por Lucas en su Evangelio, referente al nacimiento de Jesús de Nazaret, no era precisamente una noche de frío invierno; por el contrario, era una noche azul y estrellada con un cielo de verano; una noche sumamente cálida y apacible, por eso los pastores de la zona, estaban pernoctando a campo raso con sus rebaños, pues de ser invierno no lo podrían haber hecho así, y sus rebaños los tendrían en el aprisco y ellos mismos estarían pasando la noche dentro de sus cabañas; pero el citado evangelista, no dice esto último, sino que más bien manifiesta lo primero, al presentarnos la noche del evento, como una noche de un verano caluroso, nimbada de arreboles; de ahí que, la estampa costumbrista de belenes nevados, no refleja para nada en absoluto ni en lo más mínimo, la realidad del hecho histórico que nos ocupa; la noche en la que nació Jesús en la pequeña aldea de Belén.
Sobre la fecha de aquella noche de verano, se ha especulado mucho. Hoy sabemos por investigaciones recientes que, la fecha en que Augusto promulgó su edicto de empadronamiento para Palestina, fue de aplicación práctica para esa región, en verano, de ahí que personalmente deba confesar que descarto, toda esa multitud de teorías hoy tan en boga sobre el tema de la fecha en cuestión, que toman como base especulaciones de toda índole; pues la fecha exacta, el día y la hora en la que nació Jesús, por más hipótesis y conjeturas que se vienen dado a conocer, lo único cierto es que, a día de hoy, la ignoramos
y creo que jamás la misma, nunca podremos averiguarla con matemática certeza y precisión. Esto tal vez, es la prueba patente, de como Dios, ciertamente conoce nuestros corazones y mentes humanas, tan proclives a la adoración de eventos y mitos; por eso, el Autor de la Vida que se hizo carne un día en la pequeña aldea de Belén, no desea que le “adoremos” una sola vez al año, con esa llegada cronológica de una fría fecha de nuestro calendario, porque precisamente, al ser Dios y Amor en plenitud, Él desea nacer en la vida de cada una de sus criaturas cada día; de ahí que posiblemente, por dicho motivo, se nos oculte esa fecha exacta, que nuestra humana curiosidad, desearía saber, demostrando con ello ese Dios Creador, lo bien que conoce a sus criaturas.
La ubicación exacta de la verdadera posada, donde José y María se alojaron, está cubierta por una montaña de tradición y, sin embargo, parece haber muy buenas razones, para creer que el emperador Constantino, allá por el año 325, eligió el lugar exacto, para construir el templo de lo que conocemos como la Iglesia de la Natividad.
De la cueva misma donde ocurrió el magno evento, no queda más que el piso de bloques de piedra caliza. Una estrella de plata de 14 puntas, con un agujero que indica la piedra subyacente, marca el histórico lugar. La sencilla inscripción en latín dice: “Aquí Jesucristo nació de la Virgen María.”
El templo de la Iglesia de la Natividad, no es en modo alguno, tan simple como la posada de entonces. La Basílica actual data del año 530, y se yergue en el lugar donde hubo una iglesia anterior, construida por Elena, la madre del emperador Constantino, y lo que los peregrinos que visitan el templo de la Iglesia de la Natividad hoy en día, es la Basílica construida por el emperador bizantino Justiniano I, que gobernó entre los años 527-565 d.C.
Por su antigüedad, la Basílica del templo de la Natividad en Belén, es una de las iglesias más grandes de la cristiandad y ha tenido experiencias únicas a lo largo de la Historia. En el año 614, los persas pensaron en destruirla, cuando invadieron Palestina. De hecho, destruyeron todos los otros lugares de culto e iglesias, pero al llegar al templo de la Iglesia de la Natividad, se fijaron que en lo alto de sus paredes, había un mosaico en el que se mostraba a unos sabios varones, vestidos con ropas persas. Según parece, ese fue el motivo que salvó el templo de la Iglesia de la Natividad de ser destruido por los invasores.
La parte más interesante del histórico templo de la Iglesia de la Natividad en Belén, es la cripta; allí, en mármol pulido, está el lugar donde fue la posada a la que llamaron José y su esposa María.
Pero no todo Belén Efrata, es la Iglesia de la Natividad. Belén es sin duda también ese lugar, donde para millones de creyentes, Dios se hizo carne. Ese doble nombre de Belén Efrata, simplemente significa: “Casa del Pan Fructífero”, y así lo demuestran las viñas, los olivares, los sembrados de cebada y los granados, productos en lo que es rica la región de Judea.
No muy lejos del lugar de la posada, donde ahora se ubica este templo de la Iglesia de la Natividad, están la tumba de Raquel, “el pozo de los hombres sabios” y los campos de Ruth y Booz. Un poco más allá, se extienden las llanuras, donde los pastores que fueron testigos de la primera, genuina, única, verdadera y también irrepetible Navidad de la Historia, cuidaban sus ovejas pernoctando a campo raso, en aquella maravillosa y singular noche azul de verano, tachonada de estrellas, en la que ángeles cantaron aleluyas y proclamaron la Gloria a Dios y la buena voluntad de su parte, para con las mujeres y hombres de todos los tiempos.
“Venid fieles todos”, son las palabras del conocido y viejo himno que, sin duda muchos de nosotros hemos cantado en más de una ocasión en los templos de las iglesias de nuestras parroquias en toda España. Y así continua la hermosa letra: “a Belén marchemos”. Todos los años, miles de fieles peregrinos llegan hasta Belén, no en espíritu solamente, sino como verdaderos peregrinos, en busca del lugar donde Jesús nació. Y lo hacen, viajando a esa tierra hoy en día, bajo un clima de violencia fratricida, sabiendo de que precisamente allí, en Belén, nació el “Príncipe de Paz” por excelencia que jamás ha existido, y al detenerse sobre el polvoriento piso de bloques de piedra caliza, que están a la entrada de ese templo de la Iglesia de la Natividad, se hallarán ante las grandes sombras de la Historia, y en el lugar donde se plasmó el más grande y sublime de los misterios; el Misterio de la Encarnación.
Por todo ello, aun hoy, Belén nos hace revivir ese relato maravilloso del Evangelio de Lucas, en toda su plenitud, hasta en los más mínimos detalles; el hecho en sí del nacimiento de Jesús en el pesebre, toma cuerpo y trascendencia plena inimaginable. Y todo el panorama, sirve de telón de fondo al evento por excelencia de todas las edades; las paredes de piedras blancas, la distante creciente del Mar Muerto, los picos violáceos de las montañas de Moab, etc. Y en ese escenario de singular atractivo, el peregrino de este siglo veintiuno en Belén, reflexiona y capta esa trascendencia sin par, del más grande acontecimiento que los siglos han podido contemplar; la noche en la que el Dios Creador de todo el Universo que existe, bajó a la tierra y se hizo hombre, para morar entre sus criaturas; la noche en la que el Dios Eterno, se hizo carne en el tiempo y en la Historia de la Humanidad; para que nosotros, criaturas del tiempo y de esa Historia, pudiésemos gozar la Eternidad. ¡Así de sublime!
“Venid fieles todos a Belén marchemos”, -nos recuerda un año más, la letra del antiguo villancico popular hecho himno cristiano-, porque en aquella primera y única gran Navidad, acaecida en la aldea de Belén Efrata, nació el Amor, nació el Perdón, nació la Paz, y por ese niño Emmanuel, cuyo nombre significa, “Dios con nosotros”, podemos decir hoy, aquí y ahora, muy a pesar de todos los pesares y de los avatares socio-políticos de nuestro tiempo, incluidas guerras y contiendas; a pesar de la actual crisis económica que atravesamos, y de la gran crisis de valores que estamos viviendo, y de tantas catástrofes que han sobrevenido por doquier, y muy a pesar de todas y cada una de las inhumanas injusticias; a pesar de todo ello; aun podemos decir un años más, si realmente así lo sentimos en nuestros corazones, la frase tan esperanzadora y hermosa, de: ¡Feliz Navidad!
24 de diciembre de 2013
Revmo. Dr. Eduardo Andrés Domínguez Vilar
Obispo
Sufragáneo de la A.O.C.
Diócesis Latina de América del Sur, Central y Cuenca del Caribe