Mi progenitora aseveraba que “Con vinagre no se cazan moscas, sino con miel”. Invariablemente refería y citaba sin descanso esta inmemorial sentencia como procedimiento de negociación arbitrando con educación, cultura, cortesía, delicadeza, afabilidad y afecto la consecución de una meta o finalidad eludiendo, sorteando, precaviendo y obviando altercados, discusiones, enfrentamientos, disgustos, y enojos desagradables.
Causa profunda consternación, desagrado y repulsión ver la crispación que se revela a través de un individuo que sermonea, arenga o soflama a otro desconociendo las bondades de nuestra expresión oral. Entretanto, el buen conocedor, el experto, el avezado, el “maestro del habla” en su magistral diseño y estructura ocasiona una abismal, intensa y reflexiva satisfacción, complacencia, deleite, embeleso, encanto, ante su cultivada oratoria, inteligencia, erudición y sabiduría.
Es nuestra obligación, responsabilidad, cometido y compromiso con nuestra familia y sociedad que se emplee, maneje, apliquemos y beneficiemos acertadamente nuestro idioma. La cultura de un país se calibra y evalúa por la capacidad de conocimiento y entendimiento de sus ciudadanos, competentes para razonar, meditar, analizar y argumentar con educación, intelecto, comprensión y armonía. Ilustremos, preparemos y expliquemos a niños y jóvenes en el estudio de la didáctica de nuestra extraordinaria y fascinante forma de expresión para que se haga más conocida, utilizada, fuerte, recia y vigorosa.