Es difícil comprender las circunstancias que llevan a un ser a convertirse en alguien tan atroz y despiadado. La unión de la sangre, un vínculo tan sagrado, es tan valiosa para algunas personas que nos es imposible llegar a comprender la transformación que puede sufrir una persona para, a través del odio, llegar a hacer tanto mal a seres inocentes. Y por desgracia, cada vez son más graves estas acciones y llevadas a cabo por sujetos aparentemente normales a la vista de sus convecinos.
Me es imposible imaginarme a dónde llegará esta sociedad tan individualista que hemos creado, sin valores, sin respeto, incitando a los más jóvenes a “ser más que los demás”, sin cultura, ni educación (o muy excasa), sin conversaciones profundas entre padres e hijos para ayudarles a comprender sus problemas a partir de nuestras experiencias,… Los hombres no podemos vivir solos, debemos existir en sociedad, manteniendo unas normas y unas exigencias mínimas que nos solidaricen con los demás y nos alegremos de sus éxitos, les ayudemos en sus fracasos, riamos y lloremos juntos, festejemos y comamos en unión, sin aversión de unos a otros.
Debemos reflexionar más y apartar de nosotros esos sentimientos que producen tanto daño, ya que después de que éste ha ocurrido ya no se puede dar marcha atrás. Pobres víctimas; tantas que no habían comenzado a vivir su propia existencia son producto del odio más colérico, iracundo y premeditado que se pueda padecer.