¿La fatalidad cambia a las personas o ya somos palurdos de nacimiento?. Yo legitimo que el ser humano aflora a la vida como San Ramón: blancos, puros e inocentes, aunque el Santo fuese extraído del cuerpo de su madre después de que esta hubiese muerto. Pero la sinrazón nos margina y nos arrincona en estratos de la sociedad que seleccionamos libremente y que no siempre son los adecuados para convertirnos en personas dignas. Nos dejamos influenciar desmesuradamente por seres absurdos y desatinados que nos dispersan de nuestra parentela con “cantos de sirena” opuestos a la evidencia o a la veracidad. Los linajes no son considerados, ni primordiales, ni sólidos; debemos desechar o desviarnos de quienes no tienen voluntad o son “manzanas podridas” dominantes y ejercer nuestro propio criterio y cordura, si no nos convertiremos en necios, palurdos y cerriles conforme pasan los años. Creo firmemente que nuestro sino lo buscamos nosotros mismos, por lo que nuestra propia razón es la que cambia a los individuos.
Encomendémonos a San Ramón Nonato, que además de ser patrón de las embarazadas para que tengan un parto feliz, también nos libra de las envidias y las malas lenguas que, por desgracia, están tan extendidas y desarrolladas en la actualidad. Los clanes no permanecen unidos por causa de pecados capitales tan extendidos en nuestra comunidad, lo que nos convierte en seres endebles, cobardes y pusilánimes. Un linaje dividido, siempre será un linaje perdido. ¡Una desgracia y falta de humanidad para nuestros antecesores que sufrieron y lucharon por crear familias que permaneciesen siempre unidas!