Carlos Oroza cosechó premios nacionales como la Medalla de Oro del Círculo de las Bellas Artes de Madrid e internacionales como el Premio Internacional de Poesía underground que le fue concedido en Nueva York, y era conocido en los círculos literarios como el “poeta maldito del Café Gijón”, tal y como le bautizó Francisco Umbral, pero esto no significó que no consiguiese ser uno de los poetas más importantes a nivel nacional dando a conocer su obra en recitales poéticos. Carlos amaba las palabras, o tal vez las palabras lo amaban a él, las entretejía con total albedrío y autodeterminación, pero yo lo recordaré siempre como “el poeta que nos enseñó a escuchar la poesía”. A Oroza no le gustaba encarcelar sus versos en las páginas blancas de los libros, por el contrario era un excelente recitador y escucharle declamar una de sus poesías era como “sentir el agradable murmullo del agua en el nacimiento de una alta cascada llegando suave a nuestros oídos hasta el momento de más vigor, en el que la catarata muere”. D.E.P.
Rhodéa Blasón