Dejando muchas maneras de dolor aparte, como el corporal, el mental, el producido por las guerras o todo tipo de destrucción, …podríamos centrarnos en el padecimiento que nos producen nuestros seres más allegados, con su desprecio, altivez, arrogancia, soberbia, vilipendio, ultraje,…
Estos seres humanos tan próximos acostumbran a rompernos el corazón en innumerables ocasiones produciéndonos un dolor tan inmenso como colosal y tan desmesurado como terrible. Sentimos que nuestro órgano más vital nos quema en el interior de nuestro abdomen como si brasas encendidas hubiesen sido introducidas en nuestra cavidad torácica e infinidad de alfileres nos pinchasen profundamente en los ventrículos y aurículas que nos permiten continuar viviendo a pesar de ese dolor tan intenso.
¿Cuántas veces en nuestro existir sentimos un dolor tan paralizante, tan inesperado y tan repetitivo? No encontraríamos una respuesta concreta y tampoco científica al respeto. Pero ese penar tan grande lo revivimos en incontables ocasiones durante nuestra existencia, suele llegar súbitamente, de personas insospechadas y en momentos inopinados por lo que el sufrimiento que padecemos es todavía mayor. La vida es dura y está llena de penurias que vamos sorteando, unas con mayor facilidad y otras con más dificultad. Pero el sentimiento de morirse en vida que originan las amarguras provocadas por las personas más próximas se van acumulando y propician dureza de carácter por quien los padece.