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“Hablando de colores”, por Ramón Hermida Pumares

No cabe duda de que cada mes tiene su encanto. Tal vez febrero llame la atención por lo tacaño que es en todo, corto en días, parco en sol, escaso de colores y rebosante, no obstante, de humedad. Monótono de clima, tacaño en vestir prados y montañas. Ahora con nieve, niebla y nubes que se le escapan al sol, olas con desbordamientos que hacen que los arroyos quieran ser ríos y que los ríos quieran ser mar.

No, no es febrero un mes que despunte. Y, sin embargo, febrero es febrero con Martes de Carnaval, Miércoles de Ceniza, 14-F y 23-F.

Las dos primeras enfrentadas por el espíritu y las dos últimas por el color. Aunque la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma bien distinta es de la que se quería entablar entre la del 14F y 23-F.

Y es que, la del 14F, día de San Valentín, es la fiesta del rojo vivo y la del 23-F, quiso ser la fiesta negra contra los rojos vivos .¡Qué paradoja!, febrero, tan corto en todo y con guerra de colores. Menos mal que aquella democracia, díscola y alocada, con su juventud supo diferenciar martes de carnaval de alzamiento nacional. Y aunque parco en cosas y alocado en fiestas supo apartar desmanes de desmadres, cabreos de involuciones, nostalgia de tiempos pasados, de que vale más una España roja que rota.

Y es que la gente sigue prefiriendo el rojo del corazón al rojo que separa, que rompe, que apaga, que encasilla. Y quiso olvidar y olvidó lo del suelo.

No, por Dios, donde esté el rojo de la pasión, del amor, de la ilusión, que se quiten los tejero, porque su rojo nacía para no dejar vivir. Y el rojo de san Valentín nace para convivir.

Todos preferimos el rojo que los quinceañeros asoman a sus cuerpos el día de san Valentín cual cataratas de amor. Son borbotones engarzados en cualquier sonrisa, en cualquier guiño, en cualquier adiós. En los labios y besos rojos.

Ramón Hermida

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