Las reminiscencias de la niñez jamás se extravían. Evoco a mi abuelo Vérez arbitrando la mesa de la jornada festiva en honor a San Ramón: había copiosos manjares que elaborábamos con afecto, devoción, espacio y tiempo las féminas del hogar. La sobremesa predilecta era el roscón de almendra, tan típico en las tierras villalbesas en las que pasé tanto tiempo durante los primeros años de mi existencia. Molíamos los ingredientes con un mimo desmesurado para luego introducirlo en el horno. El aroma dulzón entra todavía en mi nariz como lo hacía antaño. La prole ufana concentrada en torno a unas humildes pero prolíficas viandas; las sonoras sonrisas de los churumbeles daban musicalidad a una estampa que jamás se reiterará; el calor de la morada se acentuaba con las conversaciones de los progenitores. Epocas añejas que no tornarán y que a cada uno nos estigmatizaron de diferente talante.
¿La fatalidad cambia a las personas o ya somos palurdos de nacimiento?. Yo legitimo que el ser humano aflora a la vida como San Ramón: blancos, puros e inocentes, aunque el Santo fuese extraído del cuerpo de su madre después de que esta hubiese muerto. Pero la sinrazón nos margina y nos arrincona en estratos de la sociedad que seleccionamos libremente y que no siempre son los adecuados para convertirnos en personas dignas. Nos dejamos influenciar desmesuradamente por seres absurdos y desatinados que nos dispersan de nuestra parentela con “cantos de sirena” opuestos a la evidencia o a la veracidad. Los linajes no son considerados, ni primordiales, ni sólidos; debemos desechar o desviarnos de quienes no tienen voluntad o son “manzanas podridas” dominantes y ejercer nuestro propio criterio y cordura, si no nos convertiremos en necios, palurdos y cerriles conforme pasan los años. Creo firmemente que nuestro sino lo buscamos nosotros mismos, por lo que nuestra propia razón es la que cambia a los individuos.
Encomendémonos a San Ramón Nonato, que además de ser patrón de las embarazadas para que tengan un parto feliz, también nos libra de las envidias y las malas lenguas que, por desgracia, están tan extendidas y desarrolladas en la actualidad. Los clanes no permanecen unidos por causa de pecados capitales tan extendidos en nuestra comunidad, lo que nos convierte en seres endebles, cobardes y pusilánimes. Un linaje dividido, siempre será un linaje perdido. ¡Una desgracia y falta de humanidad para nuestros antecesores que sufrieron y lucharon por crear familias que permaneciesen siempre unidas!