El odio es un mal compañero de viaje para la persona que lo padece como para quienes viven a su alrededor. La antipatía y la aversión hacia los demás convierte en un ser miserable y despreciable a quien la sobrelleva. De todos los sentimientos que nos encaminan hacia las más terribles miserias humanas el rencor y la inquina son las más mórbidas y malsanas sensaciones que un individuo puede sufrir junto con la envidia, ya que no le dejan ser feliz en ningún momento de su existencia. Y lo peor, es que existen demasiadas personas, que se dejan llevar por la necedad de estas sensaciones convirtiéndose en seres putrefactos para la sociedad, ya que no le aportan ningún beneficio positivo. Es muy triste ver como el odio puede corroer a los seres humanos haciéndoles cometer actos tan espeluznantes y macabros como el de atentar hacia sus seres más cercanos, hijos, esposa, padres, …. Pareciese que estamos evolucionando sin valores con “la ley del más fuerte” y sin respeto alguno hacia nadie.
Es difícil comprender las circunstancias que llevan a un ser a convertirse en alguien tan atroz y despiadado. La unión de la sangre, un vínculo tan sagrado, es tan valiosa para algunas personas que nos es imposible llegar a comprender la transformación que puede sufrir una persona para, a través del odio, llegar a hacer tanto mal a seres inocentes. Y por desgracia, cada vez son más graves estas acciones y llevadas a cabo por sujetos aparentemente normales a la vista de sus convecinos.
Me es imposible imaginarme a dónde llegará esta sociedad tan individualista que hemos creado, sin valores, sin respeto, incitando a los más jóvenes a “ser más que los demás”, sin cultura, ni educación (o muy excasa), sin conversaciones profundas entre padres e hijos para ayudarles a comprender sus problemas a partir de nuestras experiencias,… Los hombres no podemos vivir solos, debemos existir en sociedad, manteniendo unas normas y unas exigencias mínimas que nos solidaricen con los demás y nos alegremos de sus éxitos, les ayudemos en sus fracasos, riamos y lloremos juntos, festejemos y comamos en unión, sin aversión de unos a otros.
Debemos reflexionar más y apartar de nosotros esos sentimientos que producen tanto daño, ya que después de que éste ha ocurrido ya no se puede dar marcha atrás. Pobres víctimas; tantas que no habían comenzado a vivir su propia existencia son producto del odio más colérico, iracundo y premeditado que se pueda padecer.