José María Rodríguez.- El problema surgido estos últimos días entre los vecinos del barrio de Gamonal, en la ciudad de Burgos, y su alcalde por causa de unas obras que pretendían convertir su principal calle en un bulevar dieron origen a unas intensas protestas y manifestaciones de desacuerdo del vecindario. Unas demandas que exigían al regidor la retirada de ese proyecto y la paralización de las obras. El resultado final de estas protestas fue la claudicación del alcalde ante las pretensiones de los vecinos y, como consecuencia, la paralización del proyecto.
Las críticas que la actitud del alcalde suscitó entre gran parte de la clase política en sus declaraciones y en los coloquios de innumerables comentaristas en las diversas tertulias de TV y medios escritos fueron inmediatas y contundentes: “¿Cómo se atreve a ceder en sus posturas un alcalde votado con mayoría absoluta en las urnas?”, “¿No representa, acaso, a todos los ciudadanos para poder tomar libremente sus decisiones, sin cortapisas de nadie?”, “¿Qué repercusión tendrá su claudicación en sus decisiones futuras?” Preguntas éstas y muchas otras del mismo estilo eran proclamadas por los defensores de nuestra genial “democracia”. Una palabra que fervorosamente utilizan para mantener al pueblo engañado y sumiso para vivir así a su costa.
¿Pero en dónde queda, se pregunta el pueblo, ese pilar esencial de la democracia que es la representatividad de los ciudadanos? ¿Qué idea tienen del ejercicio de su misión los autoproclamados “representantes del pueblo”? ¿Con su proyecto de reforma de esa calle de Gamonal estaba representando realmente el alcalde la voluntad de sus vecinos? Ciertamente que no. Porque, aun en el supuesto de que la razón estuviera de parte del alcalde y no del vecindario, lo que contradice aquel dicho de que “el pueblo siempre tiene razón”, su decisión no era democrática por cuanto que era opuesta a la voluntad de su pueblo. Pero ese es el concepto que los que se dicen nuestros representantes tienen de la llamada democracia: Una autorización cada cuatro años para que luego hagan con nosotros lo que les venga en gana.
José María Rodríguez