Cuando la Historia –así con mayúsculas- como ciencia, llega a ese punto de incógnita que raya en el misterio, y solamente la leyenda ancestral es el único testimonio que supervive, producto de una transmisión mayoritariamente oral, a la que tiene acceso el investigador consecuente imparcial, liberado de subjetividad; y por añadidura, libre de prejuicios, así como de posibles ataduras más o menos demagógicas político-sociales, toma ante el mismo como emergente presencia, la impronta esotérica que, nos transporta más allá de esa Historia formal escrita conocida, y nos lleva a esa especie de escuela del “Realismo Fantástico”, la cual en su día difundieron y la llegaron a popularizar, escritores como; Lois Pauwel y Jacques Bergier, con so obra, “El retorno de los brujos”. Precisamente por ese mismo camino, llegamos a determinadas situaciones y hechos procedentes del pasado, que llevan intrínsecas una especie de trascendencia que, podríamos denominar y estimar como transcendencia cósmica, al acercarnos con afán de discernimiento cabal, a determinadas leyendas y tradiciones muy antiguas, como las que nos hablan de Lemuria o el “Continente Perdido” de la Atlántida que, indefectiblemente nos remite en algunas y muy determinadas ocasiones, a los llamados “Archivos Akásicos”, a los cuales solamente -y siempre según el conocimiento hermético-, sólo algunos sabios iniciados, parece ser han tenido acceso.
A los lectores que ignoren la temática de los mencionados “Archivos Akásicos”, posiblemente en otra ocasión, podríamos tratar de explicarles en que consisten los mismos, de que tratan y donde están realmente ubicados; pero mientras no llega ese momento propicio idóneo, permítaseme eludir las cuestiones metafísicas de tales archivos en si, para pasar a tratar con mayor detalle y profundidad, el tema objeto principal del presente articulo.
Todo lo anterior, viene a colación, debido a que según esa escuela citada del “Realismo Fantástico”, en los mencionados “Archivos Akásicos”, y para general asombro, aparece el nombre de Burela, haciendo referencia a un lugar situado geográficamente en Galicia que, ocupaba en una época concreta determinada, ya muy lejana en el tiempo y en la Historia, en cuyos albores se pierde, existía una superficie algo mayor que, lo que es hoy en día el Concello de Burela; hecho este, del que estoy casi seguro, es ignorado por una inmensa mayoría de los actuales ciudadanos bureles, incluidos algunos eruditos y prolíficos historiadores, los cuales y en honor a la verdad, son merecedores de reconocimiento y de agradecimiento, por la ingente labor que han venido realizando, sobre Burela y sus habitantes, lo cual no es óbice, para que esa otra faceta casi mágica, propia de la ya citada escuela esotérica del Realismo Fantástico, por un lógico desconocimiento se ha venido obviando; de ahí la actual pureza primigenia, concerniente a lo que fue y representó Burela, allá en esos albores lejanos cubiertos por siglos de brumas de mitos y leyendas y que por razones que nos son ocultas hoy en día, fueron guardadas celosamente y recogidas, en esos misteriosos Archivos Akásicos, por alguna razón que en el presente se escapa a nuestro entendimiento de legos en esas materias de ocultos arcanos.
Siempre al parecer, y según esos “Archivos Akásicos”, aquella Burela que en ellos se menciona, estaba nítidamente delimitada, por unas peculiares corrientes de tipo telúrico, y unida por una especie de corredor submarino, precisamente con esa mítica y fabulosa Atlántida, de la cual nos hablan y dan referencias, algunos autores clásicos de la antigua Grecia. Esa especie de unión, en forma de corredor submarino con la Atlántida, y que afloraba a la superficie en aquella Burela mítica del pasado, milenios antes incluso de que Galicia se conociera por tal nombre, y mucho antes de que llegara a ser la Patria de Breogan; incluso mucho antes de que viniera a existir el Imperio Romano, cuando aún no tomaran cuerpo ni existían, ninguna de las lenguas romances derivadas del latín, incluida por supuesto la hermosa lengua que, como bien dijera en su día el poeta, es la “lengua en que garulan os paxáros e na que falan os anxeles os nenos”; es decir, la lengua gallega; Burela ya existía como asentamiento milenario, y según la mística y la tradición akásica de referencia, esta se concentraba en su actividad de una forma muy concreta y específica, en lo que hoy conocemos como la zona de “Os Castros”; zona donde casualmente fue hallado el conocido Torques de Burela, que hoy a Dios gracias, nuevamente podemos admirar en el Museo Provincial de Lugo.
¿Quiénes eran aquellos habitantes que poblaron Burela en esos tiempos lejanos
cuyos rastros se pierden en la Historia, aparentemente sin dejarnos rastros ni indicios,
pero que parecen entroncar con otras civilizaciones pasadas aun desconocidas?…
¿Eran realmente atlantes tales pobladores?…Las incógnitas aumentan aun más nuestra humana curiosidad, y a la vez llegan hasta nosotros, unas evidencias ya innegables, de ese pasado tan lejano, y que, lleno de misterios llega hasta nosotros, retándonos a investigar y a considerar dichas evidencias.
Hoy se sabe con certeza, de que el clima de Burela, al igual que el de otros muchos lugares, fue muy distinto al de su clima actual, y debido a ello, en la falda del Monte Castelo, abundaron en otros tiempos los viñedos, y el roble tenía una presencia privilegiada, en la amplia zona que hoy conocemos por Vilar, y que se extendía hasta cerca de Os Castros; lugar donde al llegar cada año el solsticio de verano, tenía lugar la celebración de una singular ceremonia, de un origen ancestral, casi semejante, pero no igual, a lo que se conoce como, “La Coronación del Roble”, ceremonia que utilizaba una especie de liturgia, la cual posteriormente, fue recibida como legado y herencia, por una determinada tribu de cultura Celta que vino a afincarse en Burela, y que convivió con aquella otra etnia o raza por un tiempo, la cual llegó a la burelesa tierra, milenios antes que la citada tribu Celta; tribu, cuyas características –siempre según los datos provenientes de los Archivos Akásicos-, era una que de la misma, formaban parte un nutrido grupo de élite de Druídas, de los considerados como los más doctos y sabios del mundo Celta, quienes pasaron a ser los depositarios de aquel saber ingente milenario, procedente de unos pueblos y culturas lejanas muy avanzadas, que fuera el patrimonio de aquella raza que habitó Burela, cuando esta se encontraba unida de alguna forma, por medio del ya mencionado corredor submarino, con Lemuria o la Atlántida. Aquellos Druídas fueron también los “nuevos”, por así decirlo, sacerdotes oficiantes cada solsticio de verano, en las ceremonias de “La Coronación del Roble” y de otras de tipo iniciático que nos son desconocidas; rituales ceremoniales que en unas fechas concretas, llevaban a señalizar con marcas visibles, los puntos y lugares de los que fluían de forma especial, una especie de canales energéticos, en los que parece ser, se encontraban aquellas corrientes telúricas, para fines terapéutico-curativos y para fines místicos.
Aquellas ceremonias cumbres e iniciáticas, eran fabulosas y de un rico y hoy perdido simbolismo, en el que participaba siempre el llamado Gran Druída, como oficiante mayor, y junto a él, una doncella que a modo de una “Gran Columba” egipcia, totalmente vestida de blanco, llevando un tocado sobre su cabeza, muy similar al de las mujeres sacerdotisas del antiguo Egipto; tocado también de color blanco, sujeto con una especie de diadema de oro puro, entrañaría sin duda una belleza ritual mistérica singular. Por ejemplo en el caso de la ceremonia de la Coronación del Robre, el Gran Druída, después de coronar a un viejo roble con guirnaldas, luego llegada la noche, y alumbrados los reunidos entorno al fuego sagrado central de una hoguera, tomaba entre sus manos una espada muy característica, cuya hoja era de un metal más duro que el acero, y su empuñadura de oro puro y de una especie de metal similar al platino iridiado, figurando en dicha empuñadura, unos símbolos y signos propios quizás de la cultura atlante o lemúrica, portando el mismo Gran Druída, en el dedo corazón de su mano derecha, lo que se conoce como el “Anillo Atlante”, de místicas y esotéricas connotaciones, hoy totalmente perdidas para nuestra cultura occidental. Y así de tal guisa, aquel Gran Druída celebrante, de aquella especie de liturgia sagrada oculta y sabiamente hermética, hacía alusión a los orígenes de la humanidad, y luego señalaba con aquella espada ceremonial, cada uno de los cuatro puntos cardinales, y en cada uno de ellos, hacía una especie de invocación, en una lengua hoy para nosotros totalmente desconocida, y al final de la misma una palabra que significaban: Paz.
Todo lo anterior, lo llevaba a cabo el Gran Druída con una peculiar sonoridad, en esa lengua velada por el transcurrir de los siglos que, según algunos iniciados dicen, era la lengua vernácula de los desaparecidos Atlantes que, ya en la época del Gran Druída oficiante, no era la lengua de aquella tribu Celta; sino sólo la lengua que, aquel remanente de los sabios Druídas utilizaban, para transmitirse entre ellos sus conocimientos, y que también solamente lo empleaban, en algunas de las más solemnes ceremonias y rituales.
Todos los vestigios pertenecientes a un pasado, donde la ciencia, la tecnología y la cultura, pudieran haber sido muy avanzados; es decir, un pasado de auténtica paz y progreso que, hoy no podemos imaginar por estar limitados por la metodología actual científica, la cual y pese a su avance desde nuestro punto de vista actual; aun así, dicha metodología, en modo alguno nos sirve para vislumbrar ni por asomo, aquel glorioso y ancestral pasado; por ello, la única memoria fiel de todo aquello, continua fielmente custodiada en los citados Archivos Akásicos, de una forma perenne e imborrable, pero también a la vez hoy hermética y misteriosa que, nos resulta inaccesible para la gran mayoría, y según esos Archivos imborrables de aquel pasado milenario lejano, Burela era un lugar de privilegio habitado por los “burívidas”; de ahí que por ello, en su verdadera toponimia akásica, Burela sea literalmente: “la tierra de los burívidas”, y no venga en absoluto significar, otros significados posteriores de connotaciones tan diferentes.
Una civilización, cuanto más avanzada es, puede muy bien llegar a desaparecer, sin dejar rastro ni evidencias físicas de su existencia, ubicación y presencia concreta, siendo reemplazadas las pruebas físicas de esa su presencia, por la leyenda y por la tradición oral, porque la leyenda no suele surgir jamás de la nada, y existe siempre algún hecho ocurrido en un tiempo histórico pasado que, le ha dado pié y es su base y su origen; hechos concretos específicos que han tenido lugar realmente, pese a su fabulación fantasiosa posterior; quizás por esa circunstancia, aquel conocido burelés, hace ya años fallecido, conocido por el señor Manuel de Pron, a quien muchos vecinos de Burela aún recuerdan, me relató en varias ocasiones, una fantástica historia, con relación a aquellos pobladores primitivos de Burela, de los que él había oído en su infancia, y destacaba de los mismos tal y como a él le habían contado sus antepasados, el peculiar “encanto” que aquellas gentes poseían; “encanto” que les provenía -según relataba el señor Manuel de Pron-, “de unha fonte onde se producía cada ano ó encantamento”. Él, ignoraba que iniciados en la sabiduría mística esotérica hermética de la antigüedad, relataron cosas similares con referencia a la “tierra de los burívidas”, con base, según tales iniciados, en los ya referidos Archivos Akásicos, por ello no deja de ser sorprendente tales coincidencias que conviene destacar.
Hace ya muchos años –unos treinta; o tal vez algunos más-, yo mismo también escuche por boca de Don Ricardo Pena Domínguez, ya fallecido, y quien fuera muy ilustre, querido y recordado, primer Cronista Oficial de Burela, hablar de una determinada “ara sacrifical” de piedra, ubicada en un monte de Burela; “unha ara sacrifical moi antiga”, según palabras del citado historiador y cronista burelés, quien recordemos escribió un excelente y magistral libro sobre Burela que, tiene todo un elocuente titulo: “Burela. Apuntes Históricos y Crónica del Siglo XX”. ¿Fue esa ara que citó Don Ricardo en su libro, la que utilizaron aquellos habitantes que poblaron la Burela de otra época, muchos años -tal vez milenios-, antes de que naciera el cristianismo?…¿Habrá una respuesta para estas interrogantes?…Llegados a este punto, hay que señalar el que para aquellos iniciados esotéricos, que se agruparon en determinadas ordenes y fraternidades filosóficas del pasado, en la época del antiguo Egipto, y según parece también en la misma época, en la que se construyeron las Pirámides, tuvieron acceso y bebieron, de aquellas fuentes de sabiduría que, solamente se dispensaba en las denominadas; “Escuelas de los Misterios de la Vida”, y que según alguno de tales iniciados, Burela siempre apareció ligada a míticas y avanzadas culturas, con tradiciones que van más allá, de la cultura propia de los pueblos de origen Celta, y que esos supuestos sacrificios, no eran sacrificios humanos, ni de animales, al igual que los que proliferaban en las religiones de los pueblos de la antigüedad; sino que por el contrario, eran rituales iniciáticos, hoy completamente desconocidos para nosotros, pero con fines concretos, y al respecto uno de aquellos hombres iniciados, dejó escrito: “Semilla que xurde da eternidade, con arela indecible é inmortal. É o berro ignoto e belido, que cabalga na raza don chan -al parecer en una clara alusión a Burela- e nos chama dende o fondo da noite do Cosmos sen fin, é nos fala da Atlántia perdida, é nos xungue coma unha espiral, para lembrar en nos destiños sagros, de pobo eterno peregrino cósmico, e terra de un eterno resurxir”. Así lo recogió años más tarde el Gran Druída, quien a su vez lo fue pasando a sus sucesores, en las distintas lenguas que se han venido utilizando desde entonces en la Patria de Breogán, hasta que tales palabras, quedaron plasmadas en lengua gallega en nuestra época actual, en virtud de aquel legado milenario histórico que se pierde en el tiempo, pero que está recogido y presente, en esos Archivos Akásicos imperecederos; archivos, a los que cabe recordar, sólo de cuando en cuando, algún escogido y preclaro iniciado ha tenido acceso, con el propósito al parecer, de que esa memoria del pasado ligado a Burela, no llegue a perderse del todo, por alguna razón que aún no nos ha sido dada a conocer.
+Eduardo Andrés Domínguez Vilar
Obispo Sufragáneo
Diócesis Latinoamericana de la A.O.C.