Ha surgido con la actual crisis, una enorme grieta o sima que ha separado de una forma, un tanto anómala, como a la vez inmoral la distancia entre ricos y pobres en este país, como nunca antes había sucedido casi desde la Edad Media. Es cierto que la desigualdad creció en todos los países de la OCDE, hasta haber alcanzado los niveles más altos en 30 años. Los ingresos medios del 10% más rico de la población, es nueve veces el promedio del 10% de los más pobres.
Esa enorme brecha entre ricos y pobres creció incluso en países tradicionalmente igualitarios, y tal situación además de ocasionar múltiples injusticias entre la población, constituyen ya un factor de inestabilidad social sumamente critico. Informes aun muy recientes como los de Oxfam Intermón, Cáritas Europa y algunos otros, muestran fehacientemente lo que está pasando –pues aun no pasó, pese a determinadas declaraciones-, en España; en una España, donde uno de cada cuatro españoles está en situación de riesgo de exclusión social, lo cual es tan alarmante que sólo por este hecho, son del todo inadmisibles esas declaraciones a las que me he referido, por parte de cualquiera que sea el miembro del ejecutivo que nos cante ese tipo de milongas. Así de claro estimo mi deber decirlo, o en este caso concreto, así escribirlo, porque es así, y no son de recibo ningún tipo de medias tintas.
La situación actual, es precisamente la única causa en exclusiva, de que estén surgiendo por doquier, esos movimientos populistas con sus respectivos líderes salvadores tan “inteligentes”, ante los cuales y debido a la ignorancia popular, producto de esa multitud de ineficaces y a la vez ineptos planes de estudios, habidos en España a lo largo de los últimos veinte años o más, que son la causa de que la cultura de tipo histórico y político-social, por desgracia es ahora la que es y poseen un buen número de nuestros jóvenes y no tan jóvenes, razón por la cual caen y sucumben rendidos y fascinados, ante las fatuas y demagógicas metas político-sociales que, tales esperpénticos líderes populistas les presentan y ofrecen, y que bobaliconamente siguen, haciendo gala de un seguidísimo papanateril, ignorantes incluso de ignorar el programa al que votan a la hora de depositar su voto en la urna. ¡Lamentable, pero cierto!
Y no sirven las quejas y lamentos ante tal panorama, pues ha sido precisamente ese capitalismo voraz antisocial inhumano protegido, auspiciado y propagado por los miembros de nuestra clase política, los que han propiciado que se llegara a la situación actual a la que se ha llegado, junto a tanta execrable corrupción existente desmesurada, a la que jamás se le ha puesto coto, castigo real y ejemplar, remedio ni vacuna.
Llegados a este punto, permítanme que me refugie en algo que por ser Historia, estimo que no es una utopía, y por ello, aun corriendo el riesgo de despertar en alguno de los lectores, una cierta sonrisa burlona en unos casos, y en otros tal vez hasta una sonrisa con una mueca y sentimiento de pena, quiero traer a colación algo que fue obviado y olvidado; el principio que Dios estableció con relación a las riquezas acumuladas -en la actual situación de crisis, diría yo que en multitud de casos y en su gran mayoría, se trata de riquezas acumuladas gracias al engaño, la usura, la avaricia desmedida, el colonialismo y las guerras-; y ese principio al que me refiero, es ni más ni menos que la Ley del Jubileo; una Ley cuyo principio y fundamento, lo estableció el mismo Dios, según así nos la transmitió y dio a conocer la propia Historia de la antigüedad. Y no quiero entrar para nada en absoluto, en cuestiones de simbolismo de tipo religioso-espiritual, desde un ámbito teológico, sino que lo haré en las aplicaciones prácticas que esa Ley de Jubileo tenía –y tendría aun actualmente si se decidiera aplicarse-; aplicaciones prácticas que eran visibles, tanto para los creyentes o fieles de cualquier religión, al igual que para otra persona atea o no creyente. No se asombren, porque fue así en un determinado tiempo de nuestro pasado histórico. Veamos.
¿Qué era y en qué consistía el Jubileo al que me he referido? El Jubileo se producía cada 50 años, y era un año sabático total. El Jubileo era una norma divina por la cual se proclamaba y dictaba la libertad para toda la tierra. Por ser un año sabático, se proclamaba de manera especial la libertad en el seno de todo el pueblo de Israel. La libertad para cada ciudadano israelita que había sido vendido como esclavo debido al impago de sus deudas; libertad para todas las tierras heredadas que habían sido vendidas por problemas de dinero, retornaban a sus dueños (familias) originales, tal como estaba escrito para que fuera cumplido en el Libro de Levítico, capítulo 25.
El concepto y el valor de la libertad, era lo que Dios deseaba enseñar a los Israelitas por medio del Jubileo. De la esclavitud del trabajo por el trabajo, de las deudas acumuladas que iban gravando no sólo a las personas, sino a las familias y descendientes. Libertad de las situaciones de injusticia y desigualdad, de hipotecas heredadas, pudiendo partir todos de cero y en las mismas condiciones, y también de austeridad, pues se debía de vivir con lo ahorrado en años anteriores durante este periodo de Jubileo en todo Israel.
Si en toda la nación de Israel se observaba debida y correctamente el Jubileo, todo el pueblo quedaba restaurado por completo, con un gobierno estable, y con una economía igualmente estable y próspera, en un pueblo ya sin deudas ni cargas de ninguna índole. El Jubileo proporcionaba además, una norma equilibrada para los precios de compra y de venta de las tierras, impedía una deuda interna pesada, un falso sentido de la prosperidad, y los problemas de inflación, deflación y comerciales permanentes.
En resumen; el Jubileo, como medida y provisión divina, fue una muestra real y constatable de sabiduría por parte de Dios, porque impedía que la nación cayera en una división de clases sociales y económica: los muy ricos, y los muy pobres, que es justo lo contrario de lo que está sucediendo ahora en nuestra sociedad.
Si aplicáramos los principios e ideas del antiguo Jubileo a la actualidad, no es preciso ser un Premio Nóbel en Economía, para poder entender y comprender que en nuestra vieja Europa, se precisa con urgencia un Jubileo similar al que existió en Israel antiguamente; otra cosa bien distinta es que eso lo reconozcan así nuestros gobernantes, banqueros, etc. De facto, los problemas que plantean el evitar a toda costa ese Jubileo, son harto conocidos y evidentes, porque están ahí bien a la vista, y puede afirmarse de que son el “pan nuestro de cada día”, ya que parecen escritos y sacados de los medios informativos de nuestro tiempo. ¿Saben por qué? Porque el problema es que las leyes de las naciones y sociedades actuales de nuestros tiempo, no tienen nada o poco que ver con las de Dios; sino que son leyes totalmente inhumanas propias del mercado puro y duro que, van inherentes al crecimiento de un capitalismo voraz donde todo es sacrificado en el altar del consumismo; el poder acumulado de los ricos, las deudas y esclavitudes económicas adquiridas o heredadas, etc. En resumen, las leyes que imponen la adoración sin medida al dios del dinero por el sólo dinero, ante el que se sacrifica todo, incluso aquellos derechos sociales que tanto tiempo llevó conseguirse, y que ahora vemos mermados cada día que transcurre.
Sería bueno que nuestros políticos y gobernantes de turno, hicieran un alto en sus caminos, y se pusieran a pensar en que manera se podría aplicar a nuestro tiempo la antigua Ley del Jubileo, a los hipotecados que pierden sus empleos, casas y viviendas, y que aun así tienen que seguir pagando la hipoteca. Pero para poder llevar a cabo lo anterior, lo primero que tendría que hacerse, sería el volverse de corazón a Dios, para estar dispuestos a reconstruir nuestra vida y sociedad, acorde a los principios de un Dios sabio y Creador, incluyendo la restauración y vigencia del Jubileo. Y en esto no están exentos aquellos que nos llamamos cristianos.
11 Enero 2014
Obispo +Eduardo A. Domínguez Vilar