Eduardo A. Domínguez Vilar.- La muerte en la cruz, la emplearon por vez primera los persas. También la utilizaron los griegos. Alejandro Magno, mandó crucificar en una ocasión a 2.000 habitantes de la ciudad de Tiro. Los romanos siguieron empleando por su parta la cruz, para dar muerte a los esclavos, ladrones y gente de baja condición social en general.
El cristianismo ha exaltado la cruz quizás de una forma excesiva, hasta el punto en que en determinadas ocasiones la ha convertido en algo idolátrico. Sin embargo, la verdadera importancia de la cruz, reside solamente en la de un crucificado singular: Jesús de Nazaret.
En su libro titulado, “Ofrenda Lírica”, el excelente poeta que fue Rabindranan Tagore, incluye este canto de despedida a la vida: “Se que llegará un día en que no veré más esta tierra. La vida se despedirá de mí en silencio y me echará la última cortina sobre los ojos. Pero las estrellas velarán por la noche y se alzará la mañana como antes y las horas se henchirán, como las olas del mar, levantando dolores y placeres…Me han llamado. ¡Decidme adiós, hermanos míos! ¡Adiós me voy! Aquí os dejo la llave de mi puerta…Me llaman y estoy dispuesto para el viaje.”
Jesús de Nazaret, sintió también un día, cuando ya su misión estaba a punto de concluir, la llamada de aquel a quien él llamó Padre de una forma especial, jamás antes utilizada por la humanidad, para dirigirse a Dios. La llamada de ese Padre Jesús de Nazaret supo discernirla sin el menor equivoco. De ese Padre él dijo que procedía y a ese Padre Eterno, él regresaba, según sus propias palabras. Los seres humanos con los que compartió los treinta y tres años de su vida terrena, eran de otro plano, pero él no lo era. La ciencia hoy tiene la certeza de la existencia de otras dimensiones y las investiga, nada pues de misticismo irracional en las expresiones de Jesús de Nazaret refiriéndose al lugar de su procedencia, junto a su Padre Eterno. En su despedida, Jesús de Nazaret, nos dejó la llave de otra puerta; la puerta de la eternidad, la del Padre, la puerta de la inmortalidad y de la existencia real en otro plano o dimensión. Y todo eso se desprende claramente de aquellas conocidas “siete palabras” o mejor dicho, siete frases que él pronunció en la cruz en la que estaba clavado, antes de morir, en aquel lugar denominado Gólgota, o monte de la Calavera, popularmente conocido como el monte Calvario.
Hoy, aquí y ahora, al contemplar en la distancia a Jesús de Nazaret, clavado en aquella ignominiosa cruz del Calvario, podemos darnos cuenta de que la verdadera medida de la vida, es la muerte. Importa como vivimos, pero importa aun mucho más como morimos.
Agustín de Hipona escribió: “El madero en que están fijos los miembros del hombre que sufre –Refiriéndose a Jesús de Nazaret – es también la cátedra del Maestro que enseña.”
Y es mucho ciertamente, lo que aquel crucificado singular y único, puede enseñarnos hoy a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, precisamente en estos días en la que se vive una infame, injusta y degradante crisis económica que está ocasionando la ruina de hogares y familias, en aras de intereses egoístas inhumanos, que son los resultados inherentes de un capitalismo al servicio de la avaricia voraz y sin límites de unos pocos que, con sus riquezas multiplicadas y desmedidas, las cuales en modo alguno son el fruto de un trabajo horrado, sino más bien puede razonablemente presumirse que, son fruto de todo lo contrario; corrupciones y guerras de todo tipo, incluida la guerra “preventiva” que, en su día desataron y trataron de justificar demagógicamente aquellos políticos que aparecieron en la archiconocida foto de las Azores, son algunas de las causas –no de todas- que han sido determinantes, para hacer aun más profundo ese abismo de desigualdades que se está padeciendo a día de hoy, en la crisis en la que hemos sido instalados. Desigualdad desproporcionada que, ha sumido a millones de nuestros semejantes en la miseria y el hambre, debido a la pérdida de sus empleos y al desahucio de sus viviendas; desahucios que ahora, a la luz del Derecho y de la Justicia emanada desde la Unión Europea, amén de haber constituido todo un cúmulo de actuaciones arbitrarias inmorales e injustas, han llegado a causar suicidios, depresiones, desarraigos y rupturas familiares, pese a lo cual, según puede apreciarse, no les ha causado ninguna perdida de sueño a los mandatarios de turno, ni a los directivos de las entidades bancarias recatadas. ¡Lamentable y vergonzoso, pero cierto!
Es por todo lo expuesto que estimo viene como anillo al dedo, aquello que dijo en su día, quien fuera Cardenal y Arzobispo de Sevilla, Don José Bueno Monreal, en una recordada conferencia por él pronunciada el 17 de marzo de 1969, en el Circulo Mercantil e Industrial de Sevilla, cuando textualmente y refiriéndose a la celebración de la Semana Santa española, pronunció las siguientes palabras: “¿Tienen algún sentido las manifestaciones procesionales que recorren nuestras calles, al parecer ajenas al mundo que les rodea?…¿Tenemos derecho a olvidarnos de los males del mundo actual para organizar actos esplendorosos?…Estas palabras del Cardenal Bueno Monreal, parecen cobrar una reciente y prístina frescura, a la luz y el contexto de las que recién acaba de pronunciar el nuevo Papa Francisco, durante la celebración de su primera misa como Papa ante los 114 cardenales electores, ante los cuales manifestó: “Si la Iglesia no proclama a Jesucristo nos convertiremos en una ONG”. Y personalmente mucho me temo de que ese alarde de ricas joyas, junto a la ostentación de los hábitos de tantos cofrades penitentes y de múltiples riquezas sin cuento, estén haciendo que multitud de fieles se parezcan más a activistas de ONGS que a verdaderos discípulos de Jesucristo; de ahí que por ello, traigo nos hemos permitido también, el traer a consideración las siguientes palabras del Papa Francisco: “…cuando caminamos sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a Cristo sin la Cruz…no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”. Ante tales palabras, por mi parte solamente me queda por añadir aquello de; “quien lea entienda.”
En una sociedad, donde en el nombre sublime de éste crucificado que fue Jesús de Nazaret, se derramaron a lo largo de siglos de historia, ríos de sangre inocente. Cierto, en el nombre de Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, se han cometido las mayores barbaridades, y por eso precisamente, hay que volver al único que se proclamó salvador, redentor y Príncipe de Paz por derecho propio y sin intermediarios, y que enseñó muy claramente, que sólo él era la verdad en exclusiva: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi”. Él y solamente él, es ese camino de paz y verdad, cierto y seguro, y no ningún sistema religioso-clerical exclusivista, ni ninguno de los principales partidos políticos de alternancia en el poder, cuyos resultados en sus respectivos gobiernos, nos han traído este legado presente que estamos viviendo, que por más que nos lo presenten como inherente a un sistema democrático, no lo es, sino que digamos, es más bien propio a esta especie de “república patatera” que, de facto y por desgracia la estamos viviendo, hoy, aquí y ahora en esta España nuestra, “amante de Frascuelo y de María”, al igual que en algunos otros países hermanos de América Latina.
Por lo ya dicho, ante esas manifestaciones folclórico religiosas tradicionales a lo “made in spain”, no sólo estimo de aplicación las palabras de quien fuera el insigne Cardenal, Bueno Monreal, o bien las del nuevo Papa Francisco; sino que deseo también traer a la memoria, las palabras que sin tapujos pronunció en su día un eminente teólogo del catolicismo; Jean Danielou cuando expresó: “La pretensión de hacer a Dios un objeto del que puede apoderarse el espíritu, es una pretensión blasfema. Dios es la subjetividad suprema…Dios no puede ser conocido si Él no se revela. Y ahí está el porqué la revelación es el camino de acceso al conocimiento del Dios oculto. Esta revelación se realiza por medio de la Palabra, que es el testimonio que Dios da de si mismo y es, al mismo tiempo, la garantía de la excelsa perfección divina; por consiguiente se puede uno apoyar sobre ella con todo su peso. Y este peso no es otra cosa que la fe. Toda esa solidez absoluta de la Palabra reveladora, es justamente lo que la Biblia expresa con la palabra EMT. Es la verdad.” Y así es, sólo en la Palabra inspirada de Dios, contenida en las Sagradas Escrituras, podemos encontrar esa verdad, y no en ningún tipo de folclore religioso, por más que el mismo chorree arte por doquier, y lujosas joyas con pedrería fina, en tanto que las injusticias, el dolor y todo tipo de miserias, pululan a nuestro alrededor, mientras pasan al mismo tiempo las imágenes procesionales surgidas del rito de la tradición, más pagana que realmente cristiana.
La cruz donde Jesús fue crucificado y la tumba donde le sepultaron, están vacías, por eso, ante tanto dolor en el rostro de miles de penitentes que van a caminar en estos días, al igual que cada año llegadas estas fechas, tras las múltiples imágenes realmente artísticas de cristos muertos; hoy
como ayer, resuena la pregunta: “¿Por qué buscáis entre los muertos al qué vive? No está aquí, sino que ha resucitado.” (Evangelio de S. Lucas 24:5-6). Sí, ciertamente, Jesús de Nazaret ha resucitado. ¡Aleluya! No está eternamente clavado. No hay que pedir escaleras para subir a la cruz cada primavera para desenclavarlo, como en el poema de Machado convertido magistralmente en canción por Juan Manuel Serrat.
Si verdaderamente la pasión de Jesús nos produce algún remordimiento, tanto a católicos, como a protestantes, y nos hace reflexionar y sentir arrepentimientos y emociones, y si además de ello, nos interroga sobre nuestro destino y trascendencia cósmica, todo esto no podemos convertirlo en algo meramente folclórico de dos o tres días al año, llegada la Semana Santa, sino en algo más profundo y cotidiano, de cada día, de cada minuto, aun cuando ello no fomente el turismo, ni de mayor esplendor a las procesiones, etc., ni inspire saetas de balcón; pero en cambio, en lugar de todo lo anterior, producirá verdaderos discípulos de Jesús que, en modo alguno, iniciaran guerras injustas y asesinas denominadas hipócritamente “preventivas”, ni se producirán deudas externas que luego se convierten en deudas eternas, ni otras muchas “lindezas”. Porque si de verdad creemos que aquel Jesús que murió en la cruz, es nuestro salvador y redentor que, “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”; que vino a traernos la única verdad y a darnos la verdadera vida en abundancia; vida de abundancia y de justicia que producirían paz y solidaridad fraternal, lo cual erradican esas actuaciones políticas y económicas tan condenables por inhumanas, insolidarias y execrables.
Una sociedad en la cual determinados políticos, sólo encuentran como solución a sus problemas, el degradante sistema de eliminación de aquellos miembros de la misma, inocentes y totalmente inocentes, a los cuales percibe como “su problema” debido a sus egoísmos personales y de unos demagógicos y pretendidos “derechos”, es el síntoma más notorio de que dicha sociedad está gravemente enferma, y que por tanto, una tal sociedad hedonista y preñada por el consumismo que, ofrece a miembros inocentes de la misma en sacrificio en el altar de las trituradoras de las clínicas abortistas, es una sociedad que ha emprendido el camino sin retorno de su decadencia a todos los niveles; ético, moral, intelectual y científico, y también como ya estamos viendo, su declive de bienestar socio- económico; la actual crisis nos lo está demostrando. Una sociedad que, llegado el momento, y de seguir así, perdería la justificación de su existencia, ante la misma Historia. ¡Lamentable, pero cierto!
Y en tal sociedad en crisis, donde el semejante es desahuciado de su hogar y arrojado a la calle, junto con su esposa e hijos, sin el menor miramiento por parte de entidades bancarias practicantes de la más inmoral usura; algunas de las cuales para colmo han tenido que ser rescatadas; en una sociedad donde los individuos vienen perdiendo cada día derechos y servicios como el de la sanidad pública que, dígase lo que se diga de hecho están limitando y desmantelando, con mil y una disculpas baladíes de tipo económico, como viene sucediendo en la Comunidad Autónoma de Madrid, y ahora como bien podemos apreciar también aquí en Galicia, y un buen ejemplo de ello, son esas nefastas políticas sanitarias que ya están afectando a nuestra provincia, y como botones de muestra tenemos lo que proyectan hacer con los hospitales de Burela y de Monforte, por más que nos quieran presentar ese desmantelamiento y retroceso, como si fuera realmente un avance, mediante demagógicas declaraciones diciéndonos lo contrario, pues los hechos están ahí, son constatables y ya pueden verse cada día; si bien, los políticos que los han planificado y llevado a cabo, seguramente será posible verlos muy “cristianamente”, presidiendo alguna que otra procesión esta Semana Santa, sin el menor atisbo de arrepentimiento y propósitos de enmienda, por esas sus arbitrarias decisiones, en aras de sus caóticas políticas de intereses de partido, cuando no igualmente personales. Por ello de llegar a verlos revestidos de una pretendida religiosidad, fatua y a todas luces estériles, nos vendrá a nuestra mente, aquellas palabras del crucificado cuando exclamó: “¡Me decís Señor, Señor, pero no hacéis lo que yo os digo!”.
Ciertamente es para meditarlo. Y que mejor forma de hacerlo, sino en esta Semana Santa y al pie de la cruz, de aquel que un día por medio de Su Obra Vicaria, hecha a nuestro favor, nos llamó de muerte a vida, invitándonos a transitar por sendas de justicia, de amor fraternal, de perdón, de solidaridad fraternal realmente humana, y de paz.
Eduardo A. Domínguez Vilar
Obispo Sufrágando. Diócesis Hispanoamericana.América del Sur, Central, Cuenca del Caribe y España.