Excesivas almas afligidas subsisten en la sociedad aplastadas por seres que porfían ante la lealtad y el altruismo. Nos descuartizan las entrañas con cuitas improcedentes propias de sujetos falaces. ¡Desconocen el desconsuelo y la aflicción del corazón!
No alcanzan la prosperidad ni la bonanza, son parásitos y sablistas de la dicha de sus semejantes, legitiman sus infundios difamando con maledicencia a quien lucha por un próspero porvenir o les da amparo.
¡Cómo nos duele el alma cuando nos hinca un estilete un cachetero! Obviar estos lances prodigados por tantos necios les procura más tortura a ellos que la que pretenden suscitar. Nuestra voluntad y entendimiento deben ser firmes y estoicos, forjados en estigmas de sangre, así no conseguirán vilipendiarnos.
En la humanidad, a lo largo de los siglos, han pululado sin impedimento alguno gentes que explotan, exprimen y abusan de quienes tienen en sus proximidades personas henchidas de nobleza y colmadas de contento. Los estulticos no transigen, laceran aniquilando a quien se cruza en su existencia.
Quienes los padecemos próximos somos conscientes del menoscabo con el que pretenden contusionar nuestro entendimiento. El coraje y el arrojo que debemos mostrar ante ellos para que no logren sus fines necesita de arrestos. Es posible contrarrestar sus traumatismos siendo más sibilinos que ellos: todo consiste en no considerar la fatuidad, ni las ínfulas, sino la dignidad y la sensibilidad de cualquier ser humano que prodigue honestidad y generosidad.